La noche en que estaba tendida
hoy hace cinco años era la noche última que iba a pasar en su casa, bajo
nuestro techo acogedor. ¡En su casa, donde siempre había sido el alma, y la
luz, y todo! ¡en su casa, donde la adorábamos con la más vieja, noble y
merecida ternura; donde cuanto la rodeaba era suyo, ¡afectuosamente suyo!
¡y habría que echarla fuera al día siguiente! Fuera, como a una intrusa...
Fuera el pleno invierno, entre el trágico sollozar de los cierzos. Y habría que
alejarla de nosotros como a una cosa impura, nefasta; ¡que esconderla en un
cajón enlutado y hermético!, y llevarla lejos, por el campo llovido, por los
barrizales infectos, para meterla en un agujero sucio y glacial. ¡A ella, que
había disfrutado por más de diez años la blancura tibia de la mitad de mi
lecho! ¡a ella, que había tenido mi hombro viril y seguro como almohada de su
cabecita luminosa! ¡a ella, que vio mi solicitud tutelar encendida siempre como
una lámpara sobre su existencia!
¡Oh, Dios , dime si sabes de una más despiadada angustia, y si no merezco ya
que brille para mí tu misericordia!...